Hace días me encontraba en un supermercado, haciendo una comprita de algunas cosas que me hacían falta. Cuando ya hacía la cola para pagar, escuché un fuerte urajear detrás de mí.
De inmediato volteé para ver que pasaba y me llevé una sorpresa, al ver una vieja urraca encopetada urajeando que “ya no había nada que comprar en este empobrecido país”, pero que llevaba dos carritos, de esos que se usan en los supermercados, hasta los teque teque (como decimos en criollo); ya no les cabía más nada.
De inmediato retiré los carritos de la cola, ante el asombro de la palmípeda que me graznaba enojada que yo era un “falta de respeto”, que esos carritos eran su compra y que ella tenía todo el derecho del mundo de hacer su cola detrás de mí.
Sin inmutarme le repliqué: “Señora, esos dos carritos no pueden ser suyos. Usted acaba de decir que en este empobrecido país no hay nada que comprar. Por lo tanto, si no hay nada que comprar, ¿cómo me dice que toda esa mercancía es la que usted quiere adquirir?” – “Ah, te la tiras de payaso” me graznó y a continuación, haciéndose la ofendida, me dió la espalda.
La gente en el local se reía y la miraba de soslayo.
Este tipo de situaciones son las que a diario vivimos con aquellas personas que aun sufren de una fuerte disociación psicótica; que se creen mejor que el común de las personas, y que quieren hacerle creer a los demás que en este país ya no se puede vivir; esas mismas que se oponen a cualquier medida que se tome para garantizarle al pueblo una mejor vida, pero que quieren disfrutar de los productos subsidiados por el gobierno y que, para que no los vean, envían a sus “cachitas” (como llaman a sus ayudantes domésticas) a que hagan las compras en los Bicentenarios.
Es cierto que hay dificultades para encontrar en todos los establecimientos “todos los productos” que salimos a buscar, pero no menos cierto es el gran esfuerzo que el gobierno venezolano hace para que los componentes de la cesta básica lleguen a la mesa del pueblo. Pero ello me lleva a recordar un pasaje del discurso de “Su Excelencia” en una película de Mario Moreno (1967), Cantinflas, que nos pinta el pasado en que vivíamos: “El día de la inauguración de la Asamblea, el señor embajador de Lobaronia dijo que el remedio para todos nuestros males estaba en tener automóviles, refrigeradores, aparatos de televisión; ju… y yo me pregunto: ¿para qué queremos automóviles si todavía andamos descalzos?, ¿para qué queremos refrigeradores si no tenemos alimentos que meter dentro de ellos?, ¿para qué queremos tanques y armamentos si no tenemos suficientes escuelas para nuestros hijos?”. Si, antes sólo los que tenían dinero, la clase privilegiada, podía entrar en esos negocios a adquirir lo que se les antojaba. Pero la mayoría, el pueblo común, no tenía recursos con qué adquirir lo básico para su sustento, techo, educación y transporte para sus hijos, con qué curar a sus enfermos, y a veces con qué enterrar a sus muertos. Esa es la Venezuela que ellos añoran… ellos, los que siempre nos miraron por encima del hombro… ellos, que nos explotaban y nos querían ignorantes.
Ahora, con su guerra económica y mediática, se quieren presentar como los “salvadores” de la patria, pero son los mismos que forman las mafias de acaparadores, usureros, y contrabandistas de alimentos con el fin de crear malestar, angustia, temor y atroz zozobra en la población, que hoy despierta, reclama sus derechos.
Hay que dejar en claro sus verdaderas intenciones, que no son otras que crear etnofobia contra nuestros hermanos indígenas, para tratar de lograr un estallido social que “tumbe” a nuestro primer Presidente obrero, y utilizan las necesidades de muchos de ellos, contratándolos para “bachaquear”. A ellos les pagan una miseria y lo gordo de las ganancias las depositan en sus cuentas bancarias. Al mismo tiempo, atacan a los integrantes de nuestra gloriosa Fuerza Armada Nacional, sindicándolos de “cobradores de peaje” para el tráfico de contrabando, a sabiendas de que aun existen algunos que se prestan a tan vil actividad. Pero estemos claros: no son todos nuestros hermanos indígenas unos contrabandistas, ni todos nuestros uniformados unos vendidos bandoleros.
Es de suma importancia recordarles que la guerra económica y alimentaria no es nueva. No, pero se ha acrecentado en los últimos tiempos porque la carroña opositora se ha dado cuenta de la lealtad de un pueblo hacia quienes están luchando por hacer de nuestra patria un terruño del buen vivir, pero para todos, no para un grupito. Es más, ya nuestro eterno comandante y amigo Hugo nos había advertido de lo que estaba en la agenda opositora: doblegar al pueblo por el estómago, porque esta guerra no es sólo contra el gobierno sino contra el pueblo, al que creen poder motivar a rebelarse por falta de alimentos.
De allí todo el esfuerzo mancomunado de Pancho con Nicolás por erradicar ese terrible flagelo, identificando las cabezas de las mafias, para acabar con el mal de raíz. De allí las nuevas leyes que sancionan la reventa, acaparamiento y contrabando de alimentos, para acabar con sus colaboradores. De allí el concierto internacional entre Venezuela y Colombia para discutir y poner en práctica medidas efectivas, ante tal situación. De allí el llanto de quienes apoyan a estos desangradores del pueblo.
El mismo amigo del ámbito político, que mencioné alguna vez, me decía: “Ahora si me convenció Maduro de que Chávez no se equivocó al escogerlo a él, así como tampoco se equivocó en escoger a Pancho como transformador del Zulia. Ambos le están echando un camión…”.
A las mafias de bachaqueros, aupadas y protegidas por algunos grupos opositores carroñeros, se les pasó la mano queriendo dejar los anaqueles de los establecimientos vacíos para su único beneficio; los demás, que se fuñan! Bueno, ahora que se pongan alpargatas porque lo que les viene es joropo. Pancho y Maduro vienen más duros. Ya bastante se les advirtió y se les conminó a que dejaran esa práctica. Ahora, cuando el largo brazo de la ley los prense, no vale llorar, porque, a llorar pa’l valle! Como decía nuestro eterno Hugo Rafael: “Volverá Rin Tin Tin, volverá Supermán, pero adecos y copeyanos, esos nunca volverán”.
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